Estuvo muchas veces ante este escenario Independiente y muchas veces falló. Un rival accesible, un dominio indiscutido del partido y una innumerable cantidad de situaciones de gol a favor, pero esa infame falta de efectividad siempre prevaleció.

Y cuando Gigliotti no concretaba la primera y la misma suerte corrían Romero, Benítez y Meza más tarde, todo indicaba que la noche iba a ser difícil.

Independiente era amo y señor de la tenencia y la ocasiones, pero no la metía. Desbordaba y ganaba pero terminaba en una pelota detenida, eso que poco supo aprovechar.

Sin embargo, desde la izquierda, Benítez intentó un centro al primer palo que nunca ganó altura pero sí velocidad. Y ese típico mal centro se convirtió en una bola envenenada que, con ayuda del arquero de Lara, fue a parar a la red. Gol del Rojo y desahogo en todo el Libertadores de América.

El partido se abría y las presiones desaparecían. Para cuando terminó la primera etapa el equipo se había aplomado y el segundo gol era ineludible.

Inmejorable escenario para Independiente que ya no pensaba en Millonarios. Entonces arrancaba con todo la segunda etapa, otra vez se apoderó de todo lo que pasaba en el campo, pero seguía sin convertir.

Los minutos pasaron y el nerviosismo se apoderó del equipo qué pasó de la tranquilidad del que se sabe ganador al miedo del que puede ser alcanzado.

Para colmo gritaba gol el equipo colombiano en Brasil y se le venían los venezolanos acá.

Pero apareció el as de espadas cuando más se lo necesitaba. El mundialista Maxi Meza, ese que hace andar al Rojo, presionó en el medio, recuperó la pelota, combinó con, la figura, Martín Benítez que cedió para que Gigliotti diera la estocada final.

Gol de esos en los que el Independiente de Holan es experto, de contra.

Historia liquidada y pase a los Octavos de final. Objetivo cumplido, el más importante del semestre y el que más quería el hincha.